Sin respuestas, sin preguntas
y sin dudas. Estás, están, es cierto,
en la oscuridad de la noche,
se hacen mis estrellas, pero no siempre me gusta lo que me enseñan,
porque tu ausencia me devuelve al frío, me provoca un vértigo sin destino, me hace ver el abismo, y todo perdido...


Pero no hay respuestas ni preguntas, te amo porque sí,
sin más y sin mal.


Frente al dolor que sin duda causa este amor,
junto a todas las soledades a las que nos lleva desearnos y no encontrarnos en los huecos de la cama en la que no puedo estar cuando te vas.
En esas muertes cotidianas que me congelan la esperanza y me callo para que tu dolor no me diga “adiós”, no sea demasiado y no puedas soportarlo. Yo lo hago por los dos y sin razones y sin excusas y sin mentiras y sin verdades, sin absolutos, ni relativos,
lo hago simplemente y ya es bastante.


No tengo un argumento para que hagamos una película distinta, ni soy capaz de narrarte mi mejor ensayo, ni de escribirte una ópera imposible, y menos aun hacerte libre, que es lo que necesito de ti para que seas feliz,
pero te amo…
Y no es posible detener el aire, ni que deje de ser, en ocasiones, viento, por muy ligero que sea el vuelo o muy movediza la tierra,
incluso a la mar más poderosa, le rodea el manglar y ese lodo de ninguna parte, que rompe con todo.
Yo te amo irreverentemente y sin bendiciones,
con todos los pecados, para llevarte al de mi boca
sin derecha, ni padre,
ni llaves, ni puerta,
ni santos, ni infierno…
dejaré de ser agnóstica para vivir en el cielo
como tú vives conmigo, en ese tiempo en el que el silencio nos sigue el juego y yo te invento en los recuerdos,
que es lo que me queda cuando no estás,
de este amor sin respuestas ni preguntas.